lunes, 2 de noviembre de 2009
Identidad Nacional
lunes, 24 de agosto de 2009
El otro Larsson

Empujado por la curiosidad que le asalta a uno cuando ve que uno de cada dos libros que están leyendo los pasajeros del transporte público son el mismo (y por una curiosa apreciación de un amigo), decidí leer el best-seller Los hombres que no amaban a las mujeres (Stieg Larsson, Destino).
Al igual que Tanaka Ken, no esperaba nada; mi curiosidad se centraba únicamente en descubrir cuál era motivo que había empujado a tanta gente (ahora que yo iba a engordar esa lista) a leer ese libro en concreto.
Empecemos por reconocer rápidamente que, tras haberla leído, las razones que han llevado al éxito a la novela siguen siendo desconocidas para mí. La opinión que he oído repetida más veces entre amigos que la habían leído (o que se disponían a hacerlo) era que estaba bien escrita “a pesar de ser un best-seller”. Es cierto que hay libros que le ponen a uno los pelos de punta, otros que escasamente sirven para sostener tablones e incluso los hay que uno quisiera emplearlos de forma contundente contra su escritor (o mejor, a su editor). Los hombres… no entra dentro de esa categoría, del mismo modo que no es un libro que esté bien escrito. Porque si por escribir bien entendemos hacerlo correctamente, hasta ahí el traductor del original no ha descuidado su ortografía ni su sintaxis, mas cuando decimos “bien escrito” refiriéndonos a una novela (y los best-sellers lo son en no menor medida que cualquiera otra) lo hacemos en términos literarios. Y ahí no puedo estar de acuerdo: 665 páginas de logorrea sin una mala elipsis o un sobrentendido para alegrarnos un poco no justifican esa consideración.
Otra cosa hubiera sido que el libro fuese vulgar pero estuviera repleto de situaciones y personajes sorprendentes. Pero de nuevo no es así. Todo parece sacado de fórmulas vistas mil veces en las películas de (o con) psicópatas (en ese sentido imagino que la adaptación cinematográfica debió resultarles particularmente sencilla a sus guionistas) con el añadido de que todos los personajes que son “buenos” -y hay muy pocas comillas que poner en lo referente a la condición de buenos o malos de los personajes de la trama- se entienden a la perfección y enseguida se llevan bien. Luego viene el tema del sexo, naturalmente, el motivo que impulsa la violencia. No estamos frente a los tabúes de hace 100 años, pues el protagonista comparte mujer y la protagonista es medio lesbiana (“nunca le dedicó tiempo a reflexionar si era hetero, homo o, incluso, bisexual”), pero estos aparecen convenientemente sustituidos por el sadismo y el incesto.
Tal vez haya algo original en el personaje de Lisbeth Salander. Lo que pasa es que si vas a poner de protagonista a un personaje que es autista a tiempo parcial tendría más gracia que le hubieses dado la voz a ella en lugar de tener al narrador omnisciente explicando constantemente de qué manera la ve todo el mundo.
Todo sea dicho, si Larsson hubiera seguido mi consejo no habría vendido ni la cuarta parte de lo que ha vendido.
Visto lo visto, para mí, Larsson sigue habiendo sólo uno, Henrik.

martes, 14 de julio de 2009
Biografía, que algo queda

Es difícil saber con qué chorrada quedarse: se puede elegir entre el retrato de Bobby Neuwirth y el clásico "ponle una peluca y una muñeca loca y ya tienes a Andy Warhol"; yo destacaría el ridículo remedo de Velvet Underground (y la Exploding Plastic Inevitable).
miércoles, 1 de julio de 2009
Por si no lo habíais pillado

Los instantes previos a la actuación de Mickey Rourke se equiparan a los de Marisa Tomei y –finalmente- al recorrido que realiza el protagonista antes de salir a despachar como dependiente de una charcutería. Alguien debió de pensar que la cosa no estaba clara y subrayó ese último con el sonido extradiegético de una multitud expectante. Una pena.
viernes, 22 de mayo de 2009
martes, 12 de mayo de 2009
Suave es la noche 2009
jueves, 30 de abril de 2009
Chandler on Chandler

“Siempre estoy leyendo artículos de otros escritores que cuentan que ellos nunca esperan la inspiración; se sientan ante su escritorio cada mañana a las ocho, tanto si llueve como si hace sol, aunque tengan resaca y un brazo roto, y ponen manos a la obra. Aunque tengan la mente en blanco o el ingenio embotado, a ellos que no les vengan con tonterías sobre la inspiración. Les declaro mi admiración y procuro mantenerme alejado de sus libros.
Por mi parte, espero la inspiración, aunque no la llamo necesariamente por ese nombre. (…) Lo importante es que debe existir un espacio de tiempo, pongamos un mínimo de cuatro horas al día, en el que un escritor profesional no haga nada, aparte de escribir. No hace falta que escriba, si no se siente inspirado más vale que no lo intente. Puede mirar por la ventana o hacer el pino o revolcarse por el suelo, pero no debe hacer ninguna otra cosa concreta: ni leer, ni escribir cartas, ni hojear revistas, ni firmar cheques. O escribe o no hace nada. Es lo mismo que mantener el orden en la escuela. Si consigues que los chavales se comporten, tendrán que aprender algo para matar el aburrimiento. He comprobado que funciona. Dos reglas muy sencillas: A, no es necesario que escribas. B, no puedes hacer nada más. El resto sale solo.”