lunes, 24 de agosto de 2009

El otro Larsson


Empujado por la curiosidad que le asalta a uno cuando ve que uno de cada dos libros que están leyendo los pasajeros del transporte público son el mismo (y por una curiosa apreciación de un amigo), decidí leer el best-seller Los hombres que no amaban a las mujeres (Stieg Larsson, Destino).

Al igual que Tanaka Ken, no esperaba nada; mi curiosidad se centraba únicamente en descubrir cuál era motivo que había empujado a tanta gente (ahora que yo iba a engordar esa lista) a leer ese libro en concreto.

Empecemos por reconocer rápidamente que, tras haberla leído, las razones que han llevado al éxito a la novela siguen siendo desconocidas para mí. La opinión que he oído repetida más veces entre amigos que la habían leído (o que se disponían a hacerlo) era que estaba bien escrita “a pesar de ser un best-seller”. Es cierto que hay libros que le ponen a uno los pelos de punta, otros que escasamente sirven para sostener tablones e incluso los hay que uno quisiera emplearlos de forma contundente contra su escritor (o mejor, a su editor). Los hombres… no entra dentro de esa categoría, del mismo modo que no es un libro que esté bien escrito. Porque si por escribir bien entendemos hacerlo correctamente, hasta ahí el traductor del original no ha descuidado su ortografía ni su sintaxis, mas cuando decimos “bien escrito” refiriéndonos a una novela (y los best-sellers lo son en no menor medida que cualquiera otra) lo hacemos en términos literarios. Y ahí no puedo estar de acuerdo: 665 páginas de logorrea sin una mala elipsis o un sobrentendido para alegrarnos un poco no justifican esa consideración.

Otra cosa hubiera sido que el libro fuese vulgar pero estuviera repleto de situaciones y personajes sorprendentes. Pero de nuevo no es así. Todo parece sacado de fórmulas vistas mil veces en las películas de (o con) psicópatas (en ese sentido imagino que la adaptación cinematográfica debió resultarles particularmente sencilla a sus guionistas) con el añadido de que todos los personajes que son “buenos” -y hay muy pocas comillas que poner en lo referente a la condición de buenos o malos de los personajes de la trama- se entienden a la perfección y enseguida se llevan bien. Luego viene el tema del sexo, naturalmente, el motivo que impulsa la violencia. No estamos frente a los tabúes de hace 100 años, pues el protagonista comparte mujer y la protagonista es medio lesbiana (“nunca le dedicó tiempo a reflexionar si era hetero, homo o, incluso, bisexual”), pero estos aparecen convenientemente sustituidos por el sadismo y el incesto.

Tal vez haya algo original en el personaje de Lisbeth Salander. Lo que pasa es que si vas a poner de protagonista a un personaje que es autista a tiempo parcial tendría más gracia que le hubieses dado la voz a ella en lugar de tener al narrador omnisciente explicando constantemente de qué manera la ve todo el mundo.

Todo sea dicho, si Larsson hubiera seguido mi consejo no habría vendido ni la cuarta parte de lo que ha vendido.

Visto lo visto, para mí, Larsson sigue habiendo sólo uno, Henrik.